Componer...
Dejarse herir por el silencio de lo vivido
y sangrar en palabras.
Cantar...
Acariciar con los labios el velo de una verdad
que se derrama como agua entre los dedos.
Luego...
Los labios reposan por un instante
y la mirada desnuda acaricia el tiempo infinito
y pequeño al volver sobre sus pasos.
Lo compartido se embriaga de soledades
y torpes, como hojas de otoño,
íntimamente danzan las miradas.
Ha pasado un segundo...
la música callada brota en un segundo
y se rompe con la fragilidad de un fino cristal
por los aplausos.
Momentos después todo vuelve a ser nuevo,
cotidiano, impredecible...