Latidos a 70 megas por minuto


A mis queridos bloggeros,
con afecto y cariño.
 
 

Me aventuré a construir un blog perdido. No sabía lo qué eran. No sabía para qué eran. Pero un deseo (un profundo deseo que aún no he compartido) me movió ha crear uno.

Internet siempre me había parecido un almacén dónde coger lo que querías egoístamente. A fin de cuentas, para algo está todo ahí. La Web se me presentaba como un gran desierto lleno de desiertos donde resulta fácil perderse.

Aún así decidí dar algún paso y adentrarme en ese mundo informe.

Mi primera gran sorpresa fue encontrar un oasis dónde todo se me antojaba aridez. Alguien desconocido me salía al paso y me permitía beber de su espacio fresco y sereno. Y ese oasis me llevó a otros despertando en mí el deseo de serlo yo también.

¿Cómo podía haber tanto corazón y alma detrás de la pantalla fría de un ordenador?, ¿cómo alguien que no tenía rostro para mi… ni piel, ni mirada, ni gesto alguno, podía intimar conmigo?, ¿cómo podía estar mas cerca de mí alguien de Argentina que mi vecino al tomar juntos el ascensor?...

Una vez más me asaltó la idea de que, embotado por mis prejuicios y falsas ideas, tenía que volver a aprender a ver. Al menos, ver de otra manera.

Así que lo primero que he hecho es coger mis apuntes de psicología y tachar, con cierto pudor, aquel porcentaje del investigador Albert Mehrabian que aún parece tener vigencia: “el 7% del impacto de un mensaje es verbal, el 38% vocal (tono, matices y otras características) y un 55% señales y gestos.”

Por tanto, si de esto podía deducir que con el componente verbal comunicamos información y con el no verbal estados de ánimo y actitudes personales, ahora defiendo que la palabra puede llegar a expresar más alma y corazón que la presencia viva y latente de alguien frente a mí.

Llegados aquí confieso: que ante la palabra, prefiero la mirada y el gesto; que una imagen no siempre vale más que mil palabras… y que el corazón, que no conoce fronteras, puede filtrarse no sólo a través de los poros de la piel y la luz de la mirada abierta, sino también mediante conexiones eléctricas que le hacen recorrer el mundo a 70 megas por minuto.