Y al leer supe que tenía “patria”: Ana Cristina


En cuanto pueda leeré: La vida cuando era nuestra de Marian Izaguierre. Un libro con alma, con humanidad explicita a golpe de letra impresa. Un paseo para no mirar el reloj y perder la mirada en un horizonte literario, traslúcido, donde se puede ver en la sombra de quién lo ha creado a quien lo está recreando. Al menos eso he podido intuir con un par de vistazos. ¿Sólo un par de vistazos?... Vengo del sur, cuando no soy un poquito exagerado soy apasionado. 

De momento me quedo esperando recorriendo otro camino. Pues no dejo de leer caminos, de andar y desandar versos en medio del silencio y la soledad que los libros propician. Silencio que me ayuda a ser más elocuente y soledad que me impulsa hacia los demás con más deseo de encuentro.

Dos momentos del libro me han dejado con suficiente sed:

 “Mi patria… el hueco de un hombro donde apoyo la cabeza”

 “Todos tienen su espacio propio y su espacio en común, es decir un lazo que no aprieta y que se disfruta. ¿Es ese tipo de espacios una de las claves del amor y la amistad?”


Primer momento
Yo encontré mi patria. La conocí hace mucho tiempo y se me escapó… …o yo la dejé escapar. Hoy no lo recuerdo con nostalgia, porque con cierta frecuencia apoyo la cabeza en el hueco de un hombro: mi patria, junto a la que despierto cada mañana. En ella he aprendido que amor es más que amar, es también cansancio, oscuridad... y LUZ, como bien supo expresar Dulce María Loynaz en sus versos:

Amor es ponerse de almohada
para el cansancio de cada día;  
es ponerse de sol vivo 
en el ansia de la semilla ciega  
que perdió el rumbo de la luz,  
aprisionada por su tierra,  
vencida por su misma tierra...

Amor es desenredar marañas
de caminos en la tiniebla:  
¡Amor es ser camino y ser escala!  
Amor es este amar lo que nos duele, 
lo que nos sangra bien adentro...

Es entrarse en la entraña de la noche
y adivinarle la estrella en germen...  
¡La esperanza de la estrella!...”


Segundo momento
Y en medio de ese amor que hoy profeso, no deseo más que ser para ella lo que ella es para mí:  un espacio de libertad dónde poder ser quién soy. Dónde ningún miedo la persuada de no ser ella. Hoy, y mañana, hago míos los versos de Agustín García Calvo:

“Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña.
Pero no mía.

Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera.
Pero no mía.

Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena.
Pero no mía.

Alta te quiero,
como chopo que en el cielo
se despereza.
Pero no mía.

Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra.
Pero no mía...”
Post scriptum
Y como culmen de todo: dos soles y una luna.