Libertad...



Tengo un amigo que se llama Fran. Tuve la gran suerte de tenerlo como catequista cuando era un chaval. Han tenido que pasar unos cuantos años para ser consciente del regalo que fue para mí su paso por mi vida. Marina es su esposa, y es la otra parte inseparable del regalo.

Gracias a Fecebook se han vuelto a cruzar nuestros caminos y andamos, una vez más, cuestionándonos la vida con frescura y rigor para vivir mejor la fiesta de la amistad y de la propia vida.

Hace muy poco, hablando sobre la soledad y el encuentro, me planteó un tema sugerente pero complicado: la libertad. Él lo planteó con mucha elocuencia y claridad, pero yo le prometí que intentaría escribir algo sobre el tema, supongo que por necesidad propia y por batallar un poco, que me gusta. Así que aquí estoy.

Muchos sabéis que aunque intento plantear temas lo más abiertamente posible, soy cristiano, y hay momentos en que no puedo dar una respuesta si no es desde la fe. Este es uno de esos momentos.



No obstante, lo primero que he hecho de manera instintiva, es buscar una definición. Esto me lo enseñó mi padre.

El Diccionario de la Real Academia de de la Lengua Española, en sus tres primeras acepciones define la libertad de la siguiente manera:

1.f. Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.
2.f. Estado o condición de quien no es esclavo.
3.f. Estado de quien no está preso.

Wikipedia lo hace así: “Libertad es la capacidad del ser humano para obrar según su propia voluntad, a lo largo de su vida. Por lo que es responsable de sus actos.”

Dicho esto, y tal como he expresado al principio, solo concibo una respuesta válida para este tema y es desde la fe, ya que las anteriores definiciones me parecen acertadas pero muy pobres. Así que me apoyaré en San Pablo para ello.

Primeramente, pienso que la verdadera libertad no consiste en absoluto en la libre disposición sobre sí mismo (tanto en el sentido social como en el sentido interior y personal), sino en la vida en comunión con Dios, en vivir conforme a la voluntad de Dios (Ro. 6.22; Gá. 5.1-13; 1 Pedro 2.16). La persona que es verdaderamente libre no se pertenece a sí misma, sino al Dios que le ha liberado (Ro. 6.18, 22; Gá. 5.1).

En segundo lugar, creo que la vida de quien no ha sido liberado del poder de la muerte no es un fenómeno de la naturaleza, sino de la vida del que se esfuerza, del yo que quiere, que se proyecta siempre hacia algo, que se halla siempre ante sus posibilidades, y, en concreto, ante las posibilidades fundamentales de vivir «según la carne» o «según el espíritu»; es decir, de vivir para sí mismo o para Dios y los demás.

En tercer lugar: sólo cuando el Espíritu opera en el ser humano, como un principio vital, se encuentra la verdadera libertad (2 Co. 3.17; Ro. 8.1ss; Gá. 5.18).

En cuarto lugar: El ser humano no es libre por naturaleza, sino que ante todo es liberado: la acción salvífica de Dios (en Cristo) lo libera del pecado y lo hace libre.

Y en quinto lugar: la libertad prometida y otorgada por la palabra y la acción de Dios ha de ser visible y realizada ya desde ahora y en la medida de lo posible por los cristianos.

Bufff…

Lamento la densidad de esta reflexión, que solo pretendía ser punto de partida. Pero como veis la respuesta bíblica al tema de la libertad es más rica y sugerente. Pido disculpas por el lenguaje teológico en este espacio: “los silencios rotos de la luna”, pero no he encontrado mejor manera de expresar, desde mi fe, lo que entiendo por libertad.

No obstante, y para añadir algo de frescura, quiero terminar citando a Richard Bach en un libro que me regaló Marina hace 24 años: Juan Salvador Gaviota.

 Podremos alzarnos sobre nuestra ignorancia, podremos descubrirnos como criaturas de perfección...

“Para comenzar -dijo pesadamente-, tenéis que comprender que una gaviota es una idea ilimitada de la libertad, una imagen de la Gran Gaviota, y todo vuestro cuerpo, de extremo a extremo del ala, no es más que vuestro propio ensamiento.

El vídeo no es más que para relajar el esfuerzo hecho por el cerebro y el corazón.