En la cocina...


Dedicado a mi madre
en su 68 cumpleaños

Mis recuerdos más íntimos, los que me configuran y se asoman por los poros de mi piel a cada instante, me susurran que no solo soy posibilidad y futuro. Soy lo que he vivido. Es el único bien que me pertenece. Todo lo demás es caduco y pasajero. No hablo del pasado que nos condiciona, ni de la memoria cada vez más olvidadiza. Me refiero a la inocencia de los primeros años que aún perdura en nuestros gestos espontáneos. No hay mayor herencia que esa sensación de haber sido amados, la misma que aún seguimos buscando en todo lo que hacemos. Ni hay mayor ausencia y vacío que no haberla vivido.

Aquello que me hace ser quien soy me habita con cuerpo de mujer, con nombre de mujer… María del Carmen, mi madre, y llena mi casa de olores: anís en los roscos, limón rallado en el bizcocho, aceite de oliva en el pan tostado y azúcar, caramelo para el flan de huevo…

También podría decir que todo lo que se sobre la vida, sobre lo esencial de la vida, lo he aprendido con ella en la cocina.

Mi madre sólo ha viajado para acompañar a mi padre enfermo. No estudió ninguna carrera. No ha tenido más vida social que la media hora de misa y veinte minutos en el patio de la parroquia con demasiado ruido de la vida de los otros. Nunca manejó mucho dinero, y si ahorraba algo lo gastaba en sus hijos o en algún pañuelo para su hermana. Nunca ha estado más guapa que con sus zapatillas de casa y su bata, su sonrisa fácil y su tacita de café antes de acostarse. Se asoma al mundo desde la radio guardada en el primer cajón de la mesita de noche. Siempre ha sido muy coqueta, pero nunca pudo evitar oler a la colonia que usaba mi padre: Barón Dandy, huella indeleble de algún que otro beso que nunca nos ocultaron. Ya no huele a mi padre, aunque ahora es él quien la habita a ella y a todos.

Aún así, nadie ha sabido enseñarme en qué consiste la vida tan bien como ella. Siempre preparando cualquier cosa para acompañar la conversación sin prisas. No importa si hueles mal o bien, si tienes buena presencia o no, si pareces de fiar o tienes “mala pinta”… nada impedirá que te ponga algo de comer, te escuche y te acoja. A día de hoy, cuando consigo ir a visitarla, mientras paseo por la ciudad me encuentro a “gente de calle” (esa mala gente que es tan buena gente) que me dicen: “tú eres el hijo de Mary, ¿verdad?... Y yo respondo orgulloso, sí, ella es mi madre.

Nunca tuvo que explicarme que lo importante no es poseer, sino ser; que se termina perdiendo todo aquello que no se da, que las apariencias no son tan importantes, y es mejor ser engañado que desconfiar continuamente; que amar es también sufrir, comprender… perdonar, sanar heridas, esperar… y no esperar demasiado del otro.

No necesitó decirme quién es Dios, me lo regaló con tanta naturalidad, que no parecía un regalo. Lo que no entiendo a día de hoy esa  insistencia en reconocer a Dios como padre, si está claro que es una madre… una madraza. Eso sí, espero que no sea como la mía, sino el cielo se llenará de todo tipo de gente y olerá vete tú a saber a qué… y a croquetas. Me imagino a Dios escuchando a toda esa mala gente que guarda cola en la puerta del cielo; y diciendo a cada uno con una sonrisa picarona: “no me digas, que se me caen las ligas”… anda, entra calamidad.

Mientras tanto, sean o no sean así las moradas celestiales, yo tengo mi cielo (tan pequeño como una cocina y tan grande como el corazón de mi madre) esperándome siempre al calor de la lumbre.

He escrito esto porque hoy hace 68 años que el mundo es más humano y está más lleno de Dios. Sin pretensiones ni ruidos. Sin grandes regalos ni algún susto de su hijo mayor, que “algún día echará formalidad”. Hoy estarás rodeada de los tuyos, como siempre. Te llamaremos todos. Y yo personalmente envidiaré la tarta de calatrava que tanto me gusta. Si quieres, puedes poner una vela por cada nieto, que si no son muchas y no caben en la tarta. Tu misma… ¡Felicidades!

P.D.
Etimológicamente, "sabiduría", viene de la palabra latina "sapere", de la cual derivan dos palabras: "saber" y "sabor", dos palabras que indican lo mismo: un sabor que sabe de qué se trata la vida.